lunes, 26 de diciembre de 2011
Retahíla de una vida
Asomar la cabeza entre vísceras.
Balbucear “papá” o “mamá”.
Escribir de forma caligráfica tu nombre.
Aprender el abecedario.
Llenar cuadernos de indescifrables dibujos.
Consumir interminables tardes en un parque.
Recitar todas las tablas de multiplicar.
Regocijarse con affaires infantiles de un día.
Ir solo hasta la puerta del colegio.
Estudiar por norma.
Experimentar la libido.
Afeitarse el mostacho.
Dar rienda suelta a la efervescencia hormonal.
Rebelarse contra todo.
Achisparse de forma clandestina.
Disfrutar del sexo.
Embriagarse de soledad.
Cuestionarse preguntas retóricas.
Llorar sin preludio.
Reír sin chispa.
Sonreír abatido al mundo.
Despertar cansado.
No preguntar mucho.
Licenciarse para no morir de hambre.
Vagar de curro en curro.
Ser explotado.
Casarse con lo que se pueda.
Hacer el “amor”.
Comprar una casa y sus trastos.
Pagar facturas y placebos.
Tener hijos.
Desvivirse por la prole.
Cuidar el perro.
Tapar canas.
Perder facultades.
Jubilarse a los 67.
Aprender bailes de salón.
Ver “Cine de barrio”.
Vigilar a los nietos.
Hojear álbumes de fotos.
Antojarse lo de antaño.
Arrepentirse de demasiadas cosas.
Deambular como vestigio de un ser humano.
Dejar de ser algo.
Pagar el peaje a Caronte.
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