Coges una "S"
y trazas dos
palos verticales
encima suyo.
Le das valor
y, entonces,
alrededor suyo
orbita todo
el mundo.
Nos tornamos
en encantadoras
putitas
de un
"no sé a qué
pero aspiro a algo"
inculcado
en enfermizas
dosis
de perspectivas
mercantilizadas.
Y tras aquéllos
que no forman parte
de la genuflexión
consumista
queda una
estela
de costillas marcadas,
de hurtos a hurtadillas
en containers vacíos,
y de suicidios nítidos
alejados de la hipocresía
del ciudadano típico.
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