martes, 14 de enero de 2020

El delito de ser pobre

Decía Enzensberger: “el forastero será más forastero cuanto más pobre sea”. En los tiempos actuales de neoliberalismo salvaje e individualista el odio sistémico hacia el extranjero ya no es una mera cuestión racial o cultural. En pleno apogeo de la multiculturalidad y la globalización, la xenofobia va dejando paso a la aporofobia; otra lacra más fácil de enmascarar bajo el engaño de que en una sociedad capitalista todos partimos con igualdad de oportunidades.

Las fronteras, cada vez más mortíferas e inexpugnables, se erigen como elementos coercitivos con los que marginar la pobreza al otro lado de la valla. Aquellos emigrantes que hayan triunfado en el capitalismo serán inmigrantes de primera clase y nadie pondrá en tela de juicio su contribución a la sociedad. Los pobres parias que sigan probando fortuna lejos de su patria tendrán que acceder saltando alambradas, o en el peor de los casos, a nado o agarrados bajo las ruedas de un camión. Si tras la odisea consiguen llegar a la tierra prometida todavía les queda el deambular entre la precariedad laboral y el hostigamiento de las autoridades...

Persecución policial como la que sufren las inmigrantes de esta fotografía reciente de John Moore en Texas. Fijaos en la cara de esa niña hondureña mientras registran a su madre por ser inmigrante ilegal en EEUU. Si la niña huyendo del napalm en Vietnam fue la imagen representativa de la era Johnson esta fotografía debería serlo de la era Trump.

Otra descorazonadora estampa por culpa de los delirios de grandeza de pedazos de mierda encorbatadas (y uniformadas) que se creyeron los reyes de su propio mundo.